sábado, 21 de enero de 2012

Artículo: EL JUEGO

Los adultos llamamos juego a ese montón de actividades, aparentemente sin sentido, de los niños.

Para los niños, el juego es el modo de acercarse al mundo, de descubrirlo, de explorarlo, de sentirlo, de comprenderlo, de vivirlo... Es una vía fundamental para satisfacer sus necesidades de desarrollo, en la misma medida que lo es el desarrollo de su psicomotricidad.
Lo que no tiene ningún sentido ante los ojos del adulto, para los niños tiene muchísimo sentido.
Es a través del juego libre como los niños obtienen muchas de las experiencias con el entorno que son imprescindibles para su desarrollo, para la formación de la red neurológica que hace posible la maduración de sus capacidades.

Esto es así en cualquier momento de la infancia, ya que el tipo de juego evoluciona en paralelo a las necesidades de desarrollo de cada etapa y de cada momento personal. En el juego, el niño siempre busca las experiencias que necesita.

Quizá para los adultos la palabra juego está relacionada con el placer superfluo, el entretenimiento sin finalidad. Es cierto que el juego es fuente de placer para los niños, pero en modo alguno es superfluo. El placer está relacionado con la satisfacción de atender la necesidad más auténtica y más profunda del niño, la de hacerse a sí mismo dando respuesta a sus necesidades de desarrollo.

Los adultos, generalmente no somos conscientes de la riqueza de las experiencias que se obtienen con los juegos más simples, y las conexiones neuronales que se producen como resultado. Sin esta base de experiencia con la realidad concreta sería imposible el aprendizaje formal.

Por ejemplo, uno de los primeros juegos del bebé está relacionado con el conocimiento de su propio cuerpo y su diferenciación del resto de los objetos de su entorno. Esta es una labor complejísima, que se desarrolla ante nuestros ojos sin que nos demos cuenta. Sólo somos capaces de apreciar a un bebé que mueve sus manos o sus piernas…

Después viene el desarrollo de los sentidos: colores, formas, texturas, pesos, alturas, sabores, sonidos, etc. En esta etapa, los niños necesitan tocar todo y manipular todo, incansablemente. El desarrollo interno que se está produciendo con estas experiencias es increíblemente complejo e importante.

Poco a poco el juego se va volviendo más elaborado. Aparece la capacidad de simbolizar, más o menos a la vez que el habla. Los objetos representan otras cosas: una servilleta es un avión o un bebé, una caja es una cuna o un coche, etc. Es el momento en el que aparece el juego simbólico, tan importante que merecería atención aparte. No sólo es fundamental para la elaboración del símbolo, sino que además es a través del juego representativo que los niños resuelven muchos de sus conflictos emocionales (Terapia de Juego, de Virginia Axline)

En algunas ocasiones, el juego es muy repetitivo. Es necesario que sea así, porque es mediante la repetición de las experiencias que se consolidan los aprendizajes, a nivel neurológico.

Hasta los 6 o 7 años, los juegos no tienen una finalidad concreta. Por ejemplo, un niño que transporta agua en un cubo para llenar una agujero en la arena, no tiene el propósito definido de llenar el agujero, sino que está experimentando con el peso del cubo, su capacidad, la textura del agua, la textura de la arena, la capacidad de la arena para filtrar el agua, la imposibilidad de que el agujero se llene, etc, etc.

Para el adulto que acompaña al niño no es necesario comprender de antemano qué experiencias o qué aprendizajes está obteniendo el niño con cada juego. Sería casi imposible. Lo que sí es importante es que lo respete sin interferencias, sin interpretaciones. Sin indicarle al niño lo que tiene o no tiene que hacer (por supuesto, dentro de los límites que garantizan la seguridad y el bienestar de todos). Sin adelantarle descubrimientos. Incluso sin propuestas, que sólo sirven para desviarle de su propósito o llevarle más allá de su interés o sus posibilidades. En ningún caso “enseñarle cómo se hace”, corregirle o evaluar los resultados… Los propósitos de los niños nunca tienen que ver con los nuestros, pues ellos son muy diferentes a nosotros.

La responsabilidad de los adultos se limita a preparar un ambiente adecuado a las necesidades del niño y darle su presencia. No es necesario que se convierta en un compañero de juego, especialmente si no lo disfruta. El niño puede disfrutar muchísimo jugando solo si el ambiente da respuesta a sus necesidades de desarrollo, y si se siente acompañado y respetado. En este sentido, “entretener” a los niños es totalmente innecesario;  o peor aún, es robarle el protagonismo de su propia vida, o crearle dependencias innecesarias.

Durante la etapa del desarrollo sensorial (hasta los 14 años), es importante permitir al niño muchos juegos en ambientes naturales, donde tenga ocasión de experimentar con agua, arena, barro, palos, piedras, piñas, etc, etc. Los elementos naturales ofrecen una riqueza de experiencias sensoriales que no pueden ofrecer los artificiales.

Otro punto importante, especialmente en nuestra sociedad del “progreso”, es la calidad de los juguetes. La riqueza del juego reside en la variedad de experiencias que aporte y en la creatividad que el niño tenga oportunidad de desarrollar. Cuando los juguetes son demasiados sofisticados y completos, el niño no puede aportar casi nada, porque el juguete lo da todo hecho. El juego se vuelve muy pobre, y el niño se aburre. Y peor todavía, a la larga termina perdiendo la conexión con su capacidad de crear, lo que le lleva a la apatía y a la dependencia de estímulos externos cada vez más fuertes.
Por el contrario, los juegos que se realizan sin juguetes o con juguetes muy sencillos (una muñeca de trapo, un coche de madera, o un palo que representa una espada…), dejan mucho espacio a la fantasía y a experiencias muy variadas, y