sábado, 21 de enero de 2012

Artículo: LA ALIMENTACIÓN

Cualquier ser vivo sabe qué alimentos necesita para sobrevivir. No sólo eso, también sabe seleccionarlos de la Naturaleza y tomarlos en las cantidades adecuadas para su organismo. Forma parte de una sabiduría ancestral que ha permitido la vida en este planeta durante millones de años.

El ser humano de nuestra sociedad moderna, en cambio, desconfía de su instinto, y pretende controlar la alimentación basándose en miles de estudios científicos... También es el único que, voluntariamente, come alimentos perjudiciales para su salud, y el único que sufre de obesidad y de anorexia.

En el caso de los niños, la práctica habitual es indicarles lo que deben comer. No se les da la opción de elegir ni qué, ni cuánto, ni cuándo. Incluso se les distrae "para que se lo coman todo", lo que los adultos decidimos que necesitan...

La realidad es que las necesidades alimenticias son muy fluctuantes. Puede hacer momentos de mucho crecimiento que requieren mayor aporte de proteínas; momentos de mucha actividad física que requieren mayor aporte de hidratos de carbono; momentos de enfermedad que requieren ayuno, o zumos, o arroz...
También puede haber alguna dificultad digestiva, permanente o pasajera, que produce rechazo a determinados alimentos, o puede haber razones desconocidas por las que determinados alimentos no van bien con determinados organismos...
El cambio de las estaciones también supone un cambio de necesidades. En verano necesitamos alimentos frescos y ligeros; en invierno nos inclinamos más por los que nos aportan más calorías...
Y las emociones abren o cierran el estómago...

Todo esto lo sabe cada organismo, y lo manifiesta en cada momento en forma de apetencia o rechazo a determinados alimentos. No son caprichos.
Cuando no se permite al niño decidir sobre su alimentación, termina perdiendo la conexión con su verdadera necesidad. Por eso, entre otras razones, es posible llegar a la obesidad o a la anorexia…

Cuando se permite un proceso natural, el niño, poco a poco, empieza a tener interés en los alimentos de su entorno, los que comen los adultos. Empieza a tocarlos, a probarlos, a conocer sus sabores, olores y texturas. Sí, también a “jugar” con ellos; necesita hacerlo para hacerlos familiares!
Poco a poco empieza a comerlos. Es un proceso muy particular. Algunos niños empiezan a los 6 meses y otros a los 18. Si aún se alimenta del pecho materno, durante una buena temporada combina la lactancia con otros alimentos, hasta que se desteta por sí mismo. El destete voluntario suele ser entre los 2 y 5 años. En contra de lo que se suele creer, la leche materna sigue siendo el alimento más completo, y sirve de base mientras la dieta todavía es incompleta.
Este proceso de acercamiento a los alimentos es mucho más lento de lo que se suele esperar. Por un lado, permite la maduración del sistema digestivo. Por otro, y no menos importante, da lugar a un acercamiento del niño a los alimentos desde la curiosidad y el placer.

Este no es el proceso habitual en nuestra sociedad. El destete temprano (anterior al año) obliga a buscar los nutrientes básicos en otros alimentos, muchos de ellos semi-artificiales, puesto que la leche de vaca no cubre las necesidades del niño. Por tanto, ya no hay lugar para el acercamiento lento y placentero a los alimentos. Por el contrario, la hora de comer se convierte con mucha frecuencia en un pulso entre madre e hijo, donde, de paso, afloran otras cuestiones emocionales. La madre manipula y chantajea al hijo para que coma; el hijo, que sabe el poder que de repente le ha dado el hecho de comer o no comer, utiliza la situación para conseguir lo que no puede conseguir de otro modo: la atención exclusiva de su madre… O quizá el hijo, deseoso de obtener el reconocimiento de su madre, se lo come todo sin rechistar, con o sin deseo…
Hay muchas variantes de lo mismo, pero siempre con la misma consecuencia: los niños pierden el contacto con su verdadera necesidad de alimentación, además de la oportunidad de vivirla con placer.

Una propuesta de respeto es dejar la decisión en manos del niño. La responsabilidad de los adultos es garantizar que tiene acceso a alimentos variados, completos y sanos, de acuerdo con su edad, y también su gusto. La elección del alimento y de la cantidad es cosa del niño.
Hay estudios que demuestran que los niños que eligen su dieta, a no ser que intervengan problemas de otra índole, no sufren carencias alimenticias ni comen más de lo que necesitan. En conjunto, su dieta es equilibrada. En general, comen bastante menos de lo que se espera, y con bastantes irregularidades, tanto en las cantidades como en la elección de los alimentos.

También es importante que el niño tenga la oportunidad de conocer los alimentos por separado (una zanahoria, una manzana, una patata, un huevo, un pedazo de carne…) aunque luego puedan presentarse mezclados en purés o papillas. Es la única forma en que su organismo puede identificar sus cualidades y aportaciones.

De cara a la autonomía, es importante presentarle los alimentos para que él pueda comer solo: trocitos que pueda coger con los dedos mientras no sepa manejar los cubiertos; tamaños adecuados a su destreza; vasos, platos y cubiertos de características adecuadas a su psicomotricidad, etc. No significa que deba comer siempre solo (cuando son muy pequeños, darles de comer forma parte de los cuidados básicos, y es una forma de comunicación), sino que tenga la oportunidad de hacerlo si quiere, hasta que se convierta en una rutina.

Lo que sí es cierto es que, en la relación con la comida, pueden manifiestarse muchas cuestiones emocionales, como la relación con la madre, la forma de resolver el malestar, las expectativas o costumbres familiares en torno a la mesa, etc, etc., que merecerían atención aparte.